Algún día abriré los ojos y tendré tu rostro dormido frente al mío. Con tus ojos cerrados, la respiración acompasada y tranquila, soñando con a saber qué; entonces yo te podré acariciar. Acariciar dulcemente tus mejillas con la certeza de que aquella situación se repita cada mañana todos los días de nuestra vida.
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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